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Un pequeño extracto:
“Ser madre es una experiencia que deberíamos intentar
compaginar con todas las facetas de nuestra vida y conseguir que sea lo más
gratificante posible y no una lucha continua con ese ser que hemos engendrado.
Es un trabajo a jornada completa que termina el día que mueres y que, en algún
momento de cada día, te cuestionas si realmente sirves para eso. Nuestras dudas
comienzan durante las cuarenta semanas de espera, y cuando, por fin, tienes a
tu pequeño bebé en brazos la pregunta, recurrente, es si estarás capacitada
para atender a esa pequeña cosita que dependerá de ti el resto de su vida. Y es
entonces cuando echas en falta un libro de instrucciones que venga con el
pañal. Y cuantos más días pasan, más lo echas en falta, y más te cuestionas si
estás capacitada, y empiezas a pedir consejo a otras madres, que cada una te
dice una cosa diferente por lo que sigues sin saber qué hacer, pero, eso sí,
ganaste un dolor de cabeza con el lío de consejos contradictorios que luchan
por sobrevivir en tu cerebro.
Tengo dos hijos, y desde mi pequeña experiencia, me
gustaría compartir algunos de mis trucos por si pueden servirte de ayuda, o por
lo menos de referencia, o tal vez para aumentar ese sinnúmero de consejos
contradictorios que las mamás más experimentadas estamos siempre dispuestas a
regalar sin que nadie nos los pida, y que, al final, sirven más para confundir
que para ayudar.
No se trata de dar una lista ni de enumerar punto por punto
unos pasos a seguir. Todos sabemos, o aprendemos, cómo cambiar un pañal, bañar
a un bebé, darle de comer…, esa es la parte fácil, que, con la práctica, hasta
las más negadas aprendemos. Lo difícil es entender si lo que esa pequeña
criaturita nos está pidiendo es lo que le estamos dando.
No nos asustemos, las necesidades de un bebé son, al principio,
pocas: básicamente comer, y dormir, por lo que no va a ser difícil acertar.
Casi todos los niños siguen una pauta similar, aunque cada niño sea diferente,
pues ya, desde bebés, y a pesar de que al verlos tan “cachorritos” nos pueda
parecer lo contrario, cada uno tiene su personalidad. Yo resumo a los bebés en
dos tipos: Los que lloran permanentemente, sin ninguna razón aparente, pues no
tienen hambre, ni sueño, ni están enfermos. Se dan casos así, pocos, por
suerte, pero cuando te toca, como en el caso de mi amiga Ana, resulta
insufrible y lo único que puedes hacer es tener paciencia, que es lo que te va
a faltar, y, si la cosa se pone fea, pedir la ayuda de un experto. La hija de
mi amiga comenzó a llorar desde que le dieron la palmadita en el culo en el
paritorio hasta que empezó a la guardería a los dos años. El pediatra le dijo
que era una rabieta, pero la rabieta le duró dos interminables años en los que
sólo se callaba para comer y dormir, y dormir dormía poco. Ana estaba
desquiciada, hasta que a la niña se le acabó la rabieta de repente. Ante un
caso así sólo te queda aguantarte, y, por supuesto, no arriesgarte a tener
otro, sólo por si las moscas, aunque es improbable que aciertes dos de dos. (Mi
amiga se plantó, por si acaso…)
Para el tipo en los que englobo a la mayoría son las
experiencias que voy a compartir contigo. Se tratan de niños que hacen lo que
los bebés: dormir y comer. Y, si tienes la suerte de que tu bebé es de esos,
por favor, no lo estropees, por tu bien y el de la criatura.”
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